www.guillermordriguez.net La gran pregunta: Socialismo o civilización |
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Todas
las variantes de lo que hoy se llama socialismo difieren en grado y método, pero tienen en común como fondo la irracional
aspiración final de un retroceso, tan absoluto, que supera la barbarie, y aún al salvajismo, al buscar recuperar las últimas
etapas animales, de una especie que sólo subsiste porque las superó. Lo que afirmo es que ser humano más primitivo no tenía
una cultura muy diferente de la de los chimpancés modernos. Los científicos que los estudian nos explican que dichos primates
usan un lenguaje, más gestual que fonético, pero compuesto por palabras. Que son capaces de aprender un lenguaje humano moderno
de señas y usarlo para comunicarse con los humanos que lo conozcan. También son capaces de complejas conductas políticas.
Y lo más interesante: fabrican y usan herramientas. No me parece exagerado decir que los grandes primates son poseedores,
no de una, como de varias culturas y tradiciones. Pero en un grado tan primitivo y rudimentario que muchos rechazan aplicarles
la palabra “cultura”. Lo
que no han desarrollado estos inteligentes primates es el concepto de propiedad ajena respetable, y el intercambio voluntario,
que aseguraron la evolución de culturas humanas hacia estadios superiores de civilización. Los chimpancés pueden haber desarrollado,
lenguaje, política y herramientas. Pero ciertamente no han desarrollado, propiedad privada, producción creciente, división
del trabajo y comercio. Nuestra especie, muy parecida al “chimpancé”, difícilmente hubiera sobrevivido sí en su
naturaleza no hubiera tenido la potencia para crear tal civilización, pues lo que diferencia nuestra especie del resto de
los primates es el concepto de la propiedad ajena respetable, desde el cual es útil la conservación de las herramientas. Únicamente
cuando la propiedad es respetada… se puede intercambiar voluntariamente. Del respeto por la propiedad ajena nace el
intercambio voluntario, y de la combinación de estos dos, la especialización que produce el desarrollo tecnológico. Así la
humanidad comienza la acumulación de capital. Pero la acumulación y especialización no dejo de lado por completo el antiguo
sustrato cultural más primitivo. El colectivismo que no reconoce la propiedad ajena, por ver los escasos recursos de la subsistencia
como “dados” para una u otra forma de rapiña, únicamente puede entender la fuerza, tacita o explicita, para la
distribución y consumo inmediato. Es el sustrato más primitivo que nos acompañará, amparado en la envidia, en el interminable
camino de la civilización. El
desarrollo de la civilización siempre ha sido amenazado por quienes se organizan para reivindicar el retorno hacia las más
primitivas etapas de nuestra especie. Al desarrollo de la propiedad y la acumulación de capital, se corresponden también el
desarrollo del bandolerismo saqueador que en lugar de producir e intercambiar voluntariamente se apodera de los productos
de la civilización ajena por la fuerza y los usufructúa. El bandidaje errante, es impredecible y terriblemente destructivo.
Bajo su permanente amenaza la producción se reduce y el comercio se minimiza. Pero el éxito “militar” de algunos
bandidos les permite llegar a desarrollar el monopolio territorial, exterminando a toda competencial. Y con ello, se pueden
dar el lujo de imponer tributos. El bandido pierde interés en el saqueo, y se dedica mejor al calcular del más alto tributo
que puede imponer, sin que los productores reduzcan la producción. Tal bandido se ha transformado en El Estado. Y los que
tal cosa logran, no dejan de darse a sí mismos los altos y nobles títulos, que darán origen a la pomposa “majestad”
de todo Estado. Sin
dejar de ser violento, y aún perverso, la mayor amenaza para el desarrollo de la civilización se transformó en su garante.
El saqueador se transmutó en defensor de la propiedad y azote de los ladrones. Pero con un costo altísimo para sus antiguas
victimas… ahora súbditos. En la medida que lo es en su propio interés monopolista. El interés del Estado originario
será sacar el máximo provecho de la población, manteniendo la paz y el orden necesarios, al mínimo costo posible. Fue, es,
y será, interés de la población mantener al Estado limitado en las funciones en las le resulta útil, y limitar los tributos
para la manutención del mismo al costo razonable de tales funciones. Que el Estado esté al servicio de la sociedad, o la sociedad
al servicio del Estado, es la verdadera lucha cultural que la humanidad libra desde que el Estado resultó paradójicamente
útil, e incluso necesario, ante la anarquía del bandidaje errante e impredecible. Pero
el interés del Estado por tener la población en su servicio, terminó por apoyarse en inconsistentes sofismas que no son más
que la negación de la naturaleza del Estado mismo, y aún de la civilización. Tal paradoja ocurre porque buena parte de la
humanidad se empeñe en “aspirar” al retorno hacia los estadios más primitivos de la especie. Y una forma de intentarlo
es mediante el uso del Estado para la imposición del colectivismo, muy anterior al Estado, e incluso al gobierno en sus formas
más simples. Todo intento de tal naturaleza ha colapsado, y cada intento ha superado al precedente en costo de vidas y sufrimiento
humano. Cualquier forma de socialismo es incompatible a largo plazo, con cualquier forma de civilización, por primitiva que
esta pudiera resultar. El socialismo es algo perfectamente natural, el problema es que es contrario a la naturaleza humana,
se corresponde, eso sí, con la de la naturaleza de la hormiga. Para que el socialismo funcionara en grandes colectividades
humanas, tendría que producir un hombre nuevo, con cerebro de hormiga. Un colectivismo no estatista, como el anarquista, sería
aparentemente más factible, en grupos humanos pequeños y dispersos. Sí junto con la propiedad se elimina el Estado, el colectivismo
anarquista de largo plazo parece teóricamente posible en nuestra especie. Lo único que se requeriría es retroceder al grado
de desarrollo cultural en que funcionaba. El de los chimpancés. La cosa no es en realidad más fácil que la de las hormigas.
Tampoco es nuestra naturaleza como la del chimpancé. El colectivismo puede estar en la más primitiva e irracional “memoria”
de nuestra especie. Pero la capacidad de superarlo, y la potencia para crear una civilización individualista es la característica
realmente distintiva de la naturaleza humana. El hombre es la especie dominante del planeta por su cultura, y su cultura se
distingue por la propiedad, el intercambio y la especialización… de los que resultan la acumulación de capital, el desarrollo
tecnológico (que no es más que la acumulación de capital intelectual) y la civilización. Como especie, avanzaremos en la construcción
de grados cada vez más humanos de civilización individualista, o retrocederemos al colectivismo animal, hasta destruir toda
forma de civilización humana… garantizando nuestra propia extinción colectiva. |
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