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Marx y los neosocialistas: Progresismo imperialista vs. Ecologismo retrogrado














Guillermo Rodríguez G.





3erPolo
















Como alguien que ha vivido bajo el comunismo la mayor parte de su vida, me siento obligado a decir que actualmente veo una mayor amenaza a la libertad, a la democracia, a la economía de mercado y a la prosperidad, procedente del ecologismo, no del comunismo. Esta ideología pretende reemplazar la libertad y la evolución natural de la humanidad por una especie de planificación global centralizada.  
Vaclav Klaus

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El socialismo del siglo XX exterminó a poco más del 100 millones de seres humanos, el del siglo XXI tiene en sus fundamentos teóricos la capacidad de superarlo con creces en tan luctuoso logro, pues aunque su potencial político para ello es muy pequeño ahora que el siglo está en pañales… no hay razón alguna para descartar que encontrará en las décadas que seguirán y en más de un lugar, el poder de “experimentar” con sociedades humanas a la escala y con el grado de totalitarismo que lo hizo su inmediato antecesor. ¿Por qué afirmo que el potencial genocida de las nuevas teorías es potencialmente mayor? Pues porque a diferencia de la izquierda desarrollista, que pretendía superar los logros materiales del modelo capitalista con su planificación centralizada, los neo-socialistas toman del neo-malthusianismo el objetivo completamente contrario. Indigenistas, pero únicamente en la medida que ven esas tradiciones culturales como modelos de organización social tradicional inmutables,  marcados por una menor producción y consumo, lo que para ellos es el ideal a recuperar.  Pese al que se consideren marxistas, muchos de los que hoy sostienen esas tesis retrogradas, se trata de algo que rechazaba Marx enfáticamente:

 

“...por muy lamentable que sea desde un punto de vista humano ver cómo se desorganizan y descomponen en sus unidades integrantes esas decenas de miles de organizaciones sociales laboriosas, patriarcales e inofensivas; por triste que sea verlas sumidas en un mar de dolor, contemplar cómo cada uno de sus miembros va perdiendo a la vez sus viejas formas de civilización y sus medios hereditarios de subsistencia, no debemos olvidar al mismo tiempo que esas idílicas comunidades rurales, por inofensivas que pareciesen, constituyeron siempre una sólida base para el despotismo oriental; que restringieron el intelecto humano a los límites más estrechos, convirtiéndolo en un instrumento sumiso de la superstición, sometiéndolo a la esclavitud de reglas tradicionales y privándolo de toda grandeza y de toda iniciativa histórica. No debemos olvidar el bárbaro egoísmo que, concentrado en un mísero pedazo de tierra, contemplaba tranquilamente la ruina de imperios enteros, la perpetración de crueldades indecibles, el aniquilamiento de la población de grandes ciudades, sin prestar a todo esto más atención que a los fenómenos de la naturaleza, y convirtiéndose a su vez en presa fácil para cualquier agresor que se dignase fijar en él su atención. No debemos olvidar que esa vida sin dignidad, estática y vegetativa, que esa forma pasiva de existencia despertaba, de otra parte y por oposición, unas fuerzas destructivas salvajes, ciegas y desenfrenadas que convirtieron incluso el asesinato en un rito religioso en el Indostán. No debemos olvidar que esas pequeñas comunidades estaban contaminadas por las diferencias de casta y por la esclavitud, que sometían al hombre a las circunstancias exteriores en lugar de hacerle soberano de dichas circunstancias, que convirtieron su estado social que se desarrollaba por sí solo en un destino natural e inmutable, creando así un culto embrutecedor a la naturaleza, cuya degradación salta a la vista en el hecho de que el hombre, el soberano de la naturaleza, cayese de rodillas, adorando al mono Hanumán y a la vaca Sabbala.” [1]

 

El pasado, real en parte, –aunque también imaginario o tergiversado– es para el nuevo socialismo su modelo de futuro. Y para quienes ven en lo anterior una curiosa similitud, con algunas peculiaridades de la teoría cultural del nacionalsocialismo alemán, es de hacer notar que la diferencia fundamental entre aquella forma de socialismo racista,  y la corriente principal del neo-socialismo, es que a diferencia de aquellos que proclamaban la superioridad del colectivo racial y por ende de su cultura, estos son relativistas culturales que sostienen que todas las culturas tienen el mismo valor relativo, y en tal medida deberían ser valoradas y respetadas, aunque no por ello dejan de proclamar la superioridad de las culturas “colectivistas” sobre las individualistas negando con ello, y con muchas otras valoraciones del mismo tipo, tal relativismo. O en otras palabras, que cada cultura debe ser evaluada moralmente de acuerdo con sus propios criterios morales, y no con los de otra cultura, por tener todas, la misma validez cultural, cosa que no les impide evaluar cualquier cultura con los criterios que les garanticen los resultados que inicialmente deseaban. Pero que los proclamadotes del relativismo cultural se contradigan es inevitable pies de tomarlo en serio lo que tendríamos que concluir es que la brutal mutilación genital femenina forzosa, aún practicada en partes de África, o la autoridad legal del marido para golpear a sus mujeres, establecida aún en algunas sociedades islámicas, tienen el mismo valor cultural, que la cirugía plástica electiva y el principio de igualdad ante la Ley, en la cultura occidental de la que formamos parte. Curiosamente este principio –del pensamiento hoy llamado políticamente correcto, tan común por la mala conciencia de la intelectualidad socialista estadounidense– había ido penetrando desde muy atrás en el tiempo en un marxismo que partiendo de la teoría del imperialismo del Lenin, llegaría al extremo de tragarse entero un –para él indigesto– mito del buen salvaje de Rousseau, por pura conveniencia política, a lo largo del llamado tercer mundo inicialmente; y en el resto del orbe inmediatamente después.

Tan retrógrada tesis, adoptada por los partidarios de una teoría determinista del progreso ascendente de la historia, fue sin duda una notable incoherencia, que ocurrió no tanto entre sus máximos exponentes intelectuales, pocos al fin, como entre sus cuadros políticos de todo nivel; y muy especialmente entre sus simpatizantes emocionales, menos formados, y notablemente más numerosos. Pero Marx, cuyas incoherencias internas no se debían a ese tipo particular de oportunismo, a diferencia de sus acomplejados y oportunistas seguidores, de relativista cultural, o buen salvajista, no tenía absolutamente nada, y de anti-imperialista tampoco, pues en materia de determinismo ascendente de la historia, no estaba preparado para concesiones de ninguna especie, ya que ahí estaba la premisas sobre la que se sostenía todo el edifico marxista. Si bien es posible encontrar abismos de horror más profundos en Marx que en cualquiera de sus seguidores ortodoxos, o heterodoxos como los neosocailistas de hoy, no están en las partes de la doctrina original con las que entran inevitablemente en contradicción los neosocialistas. Sobre el imperialismo, Marx opinaba, sin duda alguna, que era parte clave del determinismo histórico que defendía: 

 

“Inglaterra tiene que cumplir en la India una doble misión destructora por un lado y regeneradora por otro. Tiene que destruir la vieja sociedad asiática y sentar las bases materiales de la sociedad occidental en Asia.

Los árabes, los turcos, los tártaros y los mogoles que conquistaron sucesivamente la India, fueron rápidamente hinduizados. De acuerdo con la ley inmutable de la historia, los conquistadores bárbaros son conquistados por la civilización superior de los pueblos sojuzgados por ellos. Los ingleses fueron los primeros conquistadores de civilización superior a la hindú, y por eso resultaron inmunes a la acción de esta última. Los británicos destruyeron la civilización hindú al deshacer las comunidades nativas, al arruinar por completo la industria indígena y al nivelar todo lo grande y elevado de la sociedad nativa. Las páginas de la historia de la dominación inglesa en la India apenas ofrecen algo más que destrucciones. Tras los montones de ruinas a duras penas puede distinguirse su obra regeneradora. Y sin embargo, esa obra ha comenzado.” [2]

 

Pero la nueva izquierda esta llena de ecologistas radicales. Para ellos el desarrollo y la producción son intrínsecamente malos e inmorales. Por eso no pretenden ya los neo-socialistas producir más que el capitalismo, más bien parecieran estar regresando a los ideales del un primitivista socialismo romántico, para el que los techos de paja y los fogones de leña serían una mejor forma e vida. Lo que entre otras cosas ignora olímpicamente la cantidad de leña que ello requeriría, con la población actual, y la cantidad de humo insalubre que la misma generaría. O quizás no del todo, pues  ideal son sociedades cuya producción y consumo, junto con su población y nivel de vida, sean decrecientes; y en las que la cantidad de la población se determine, y la pobreza se reparta, mediante los criterios del gobernante. Lo curioso es que los modelos de sociedad que desean suponer, igualitarios modelos de socialismo originario, cuando se los estudia desapasionadamente; emergen en unos casos, como sociedades más o menos estáticas en su tecnología, y con esquemas de organización de la producción que no es descabellado considerar en muchos aspectos socialistas arcaicas, en eso tienen algo de razón los neo-socialistas por más que protesten los marxistas ortodoxos. Pero también se muestran esas mismas sociedades socialistas arcaicas como civilizaciones cruelmente racistas, imperialistas expansivas, militaristas y teocráticas. Controladas por un pequeño, y en extremo privilegiado, estrato dominante de unas masas sometidas a la más cruel explotación y miseria. Otras, resultan de socialistas primitivas tener, poco o nada, y aparecen como sociedades con un comercio altamente desarrollado, complejos sistemas de derechos de propiedad y apropiación. Producción y población creciente; y una tecnología en desarrollo. Cosas que suelen aparecer acompañadas también de imperialismo militar expansivo, y sistemas de castas, aunque en las segundas el nivel de vida relativo, del promedio de la población, resultara siempre más alto que en las primeras.

Quienes creen en la absurda consigna: nuestro pasado es nuestro futuro. Miran al pasado en busca de recuperar, lo que desean imaginar, como una edad dorada del colectivismo perdido. Hay importantes indicios, de los que los expertos deducen, que las especies del hombre del paleolítico tuvieron su primera organización social, y desarrollaron su primera tecnología,  mediante formas de organización social colectivistas, en la prehistoria. Pero también hay evidencias que pueden interpretarse en sentido contrario… aunque sólida evidencia de colectivismo estatista no nos falta en civilizaciones antiguas. Pero también está claramente establecido,  que de dorada nada tenía tal edad. El punto para el socialismo es otro, es que limitarse a repetir consignas ecologistas sobre lo negativo del desarrollo, que antes había garantizado superar, resulta una maniobra muy efectiva para la reconversión de fracasado socialismo desarrollista de siglo XX, en otra cosa que ponga los fines en concordancia con los medios, pues si el objeto es reducir dramáticamente el numero de seres humanos vivos y dejar a los sobrevivientes con un nivel de vida igualitario pero ínfimo respecto del actual promedio en los países desarrollados… el socialismo es sin duda capaz de alcanzar esos dos objetivos… sin tomar en cuenta más que como detalle marginal el superior nivel de vida de las nomenclaturas respecto del de las masas y la paradoja de que tal brecha de desigualdad, bien medida, sea mayor que la existente en cualquier sociedad capitalista.

 



[1] Karl Marx, artículo de 1852, La dominación británica en la India, en Obras Escogidas, Editorial Progreso, 1974, t. I

[2] Karl Marx, Futuros resultados de la dominación británica en la India, The New York Daily Tribune, núm. 3804, del 25 de junio de 1853
















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