www.guillermordriguez.net Ni rojo rojito, ni azul azulito |
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A pocos días de unas elecciones presidenciales en que
los dos candidatos que concentran la intención de voto presentan propuestas programáticas sinceramente indistinguibles,
en dos versiones absolutamente equivalente del mismo socialismo empobrecedor que ha causado la caída prácticamente
ininterrumpida de la creación de riqueza en Venezuela por más de tres décadas, es necesario comprender como y porque
llegamos a esto. No es nuevo en realidad, el socialismo entendido en
sus propios términos no es más que el control estatal –directo y/o indirecto– de los medios de producción, mientras que en los del liberalismo no es otra cosa que la fatal
arrogancia de pretender abarcar mediante las capacidades limitadas de la razón humana los ordenes evolutivos espontáneos,
inabarcables para aquella, que permiten el funcionamiento de la civilización. Que el socialismo es un asunto de grados es algo obvio para
los propios socialistas, y del grado de socialismo que padezca una sociedad dependerá el grado de destrucción material
y moral que éste le causará. En términos estrictamente económicos, Venezuela ha sido por más de tres décadas
una sociedad 80% socialista, ya que alrededor del 80% de los estratégicos medios de producción son controlados directa
e indirectamente por el Estado de forma completa. Ello se inició como producto de las distorsiones del mercantilismo
que jamás logramos abandonar por completo rozando la posibilidad apenas en las primeras décadas del siglo pasado
que fueron la gran oportunidad histórica perdida para ello; recrudeció para
mediados del siglo pasado cuando dejó de ser un subproducto del mercantilismo para transformarse en un objetivo
explicito de los diferentes tipos y grados de estatismo –de clara inspiración socialista– que nos rigieron
de 1946 en adelante y llegó a su cenit en la década de los ´70 con la estatización directa de la industria petrolera
–pues el petróleo como tal siempre fue del Estado– poco después de la cual se inicia la declinación sostenida
del PIB por habitante y de la rentabilidad real de la dicha estratégica industria gubernamental. El estado Venezolano reparte una riqueza que crece
más lentamente que la población, en el mejor de los casos, y que en términos reales parece haber decrecido
más bien, en el peor y más realista. Pero no conforme con ello estorba, más allá de lo inimaginable toda
posible creación de riqueza privada con inflaciones, controles inútiles y costos y envidiosos e hipócritas impuestos
redistributivos. El resultado de ello es que la riqueza se concentra en unos pocos privilegiados
cercanos al poder político y se exhibe en la grosera ostentación del corrupto nuevorriquismo, –de cuarta o
de quinta, es la misma novela con diferentes actores– mientras las mayorías son cada vez más pobres y con ello
más dependientes de las dadivas del clientelismo en el poder. El socialismo es tan clientelar como democrático sea,
en la medida que deje de serlo pierde el poder o se ve obligado a ejercerlo fuera de las reglas del juego democrático, así
perdió el poder el socialismo de cuarta, al hacerse su clientelismo cada vez más costoso concentrándose en sectores
medios y dejando de lado a millones de marginados que simplemente no votaban, y así ha creado el socialismo del quinta
una nueva base de apoyo clientelar al alcanzar con sus misiones a suficientes de esos millones. Como resultado de ello, el
candidato de los socialistas de cuarta, el gobernador Rosales promete repartir más y a más gente que el candidato
del socialismo de quinta. Uno representa poco más que el rechazo al otro por parte de los beneficiarios preferenciales
del reparto de antes, ahora en gran medida excluidos del reparto presente, y el otro no logra representar
más que el temor de los beneficiarios de ahora de salir con las tablas en la cabeza cambiando de repartidor. El trabajo
productivo y la creación de riqueza nada juegan ahí, y por eso la real mayoría no está ni con ni con otro,
los que no votan o votan nulo conciente e intencionalmente serán, casi seguramente la mayor de las tres minorías en que estamos
divididos –que no son dos, sino tres es lo que en el mayor pesimismo permite
aún la esperanza– que nuevamente mostrará la elección, porque ninguno de los dos candidatos representa más que
variaciones del mismo modelo empobrecedor y perverso en que la población vive del Estado, y queda al servicio de quien lo
gobierne, en lugar de ser el Estado el que viva de la población y esté al servicio de ésta. Diferencias de cierto peso hay entre los dos candidatos en
otros temas, pero no son suficientes para cambiar la perversa naturaleza de éste sistema servil que nos conduce a
pasos acelerados a la africanización. Socialistas de lado y lado, de un lado serviles perfectos al caudillo
que aspira a serlo por siempre, y del otro serviles institucionalizados –cosa que moralmente es aún peor–
del Estado desmedido representado en la alternabilidad y el mando “colectivo” para los mismos efectos del caudillo,
nos conducen todos al mismo desastre. De hecho los de hoy son el resultado de las acciones de los de ayer, como el barro es
de hoy es el resultado de la lluvia de ayer. Pero lo peor que enfrentamos hoy es la hipócrita cobardía de unos y otros. De
una lado tenemos a los socialistas del siglo XXI siguiendo el bien aprendido ejemplo de aquél sandinismo piñatero que fue su primer antecedente político concreto, en la escandalosa
corrupción y desmedido lujo. Detalles más, su socialismo de nuevo siglo en nada práctico se distingue del antiguo
régimen de poder absoluto, privilegio graciosos y pobreza masiva. Detalles menos, en nada se distinguía en de los del siglo
pasado de lo mismo. Es cuestión de grados, y el que sigue tiene que ser más radical que el que sustituye, con lo
que ha de causar más radical destrucción material y moral. Ni más no menos. Del otro, lo escandaloso ya no está en los restos
de la pasada corrupción, ni en los muchos negocios marginales, pero millonarios, mantenidos aún con el poder presente y su
nueva oligarquía. Lo más escandaloso es la repugnante hipocresía de quienes han jugado a la derrota de su propio candidato,
apoyándolo de los dientes para afuera por cobardía y oportunismo. Los liberales libertarios no jugamos
a eso porque, aunque entendemos muy bien las más negras realidades de la política, resumidas en que el camino al poder
pasa por un pantano putrefacto, y que el camino a la liberación de nuestro pueblo de la bota empobrecedora
de ese Estado desmedido y servilizador pasa por alcanzar ese poder; por y para ese objetivo liberador tenemos
principios que son absolutamente irrenunciables, en el momento en que renunciaramos a ellos estariamos
condenandonos a perder de vista el verdadero objetivo, que no es poder por el poder mismo, sino la
liberación de las fuerzas productivas encadenadas para alcanzar la prosperidad y la paz. Pero poco sería proclamar
altos principios si no los mostrásemos traducidos en líneas políticas valientes y dignas en los momentos difíciles,
por tener principios tan irrenunciables como innegociables, sin importar el costo político del
momento, no apoyamos candidatos socialistas, ni de dientes para adentro ni de dientes para afuera, ni rojos ni azules, ni por contratitos ni por cobardía. Por ello en este difícil momento
nuestro candidato ha sido NINGUNO, y únicamente por nuestro candidato votaremos. A los oportunistas les recordamos
que aún Maquiavelo, que recomendaba a los príncipes practicar todas los vicios que encontraran necesarios para alcanzar o
mantener el poder, no dejó de advertirles que el único vicio en que no podían permitirse caer era el de no parecer virtuosos.
Y el caso es que quienes en un error –más o menos terco, más o menos informado– apoyan
a cualquiera de esos socialistas en la vana e irracional esperanza de que lo inviable no lo fuera... esta vez. Esos
podrán pasar por virtuosos en su vicioso y costoso error. Muy diferentes son aquellos otros que apoyaron
al candidato –uno u otro– sabiendo que sería un pésimo gobernante –cosa que garantizan uno y otro
prácticamente por igual– pues aquellos no podrán pasar por virtuosos ni en la victoria ni en
la derrota –ya que uno ganará y otro no, independientemente del como– porque victoria y derrota
los dejarán en evidencia. A unos, los que ganen, como los mercenarios corruptos
y sin remedo de principios que han sido y serán; y a los otros, como los hipócritas y cobardes que
jugaron siempre a la derrota de su propio candidato con la más incalificable ruindad. La grandeza, sin la cual el poder no es más que la sombra de su apariencia,
sólo está al alcance de quienes son fieles a sí mismos, en la victoria como en la derrota, y en el acierto como en
el error. Y a uno u otro error –ligeramente diferentes versiones del mismo– nos dirigimos nuevamente, pues gane
quien gane y como sea que lo haga, ganará un socialista y como tal será más de lo mismo: Un pueblo más pobre y dependiente
de un Estado más corrupto y poderoso. Por ello se impone la necesidad absoluta de seguir
construyendo, sin prisa u sin pausa, una oposición liberal fundada en sólidos principios –aunque
no por ello carente de realismo político– que sea capaz
de desandar, paso a paso, el camino del socialismo empobrecedor de rojos y azules, invirtiendo revolucionariamente las relaciones de poder que construyera este
perverso sistema ayer y hoy, cosa que pasará siempre por tender la mano mañana a todos aquellos que,
por las mejores o peores razones, lamentablemente actúan en estos momentos contra sus principios más irrenunciables, sus mejores
intereses, o ambos a un tiempo. Y eso, es sólo el principio.
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