www.guillermordriguez.net Condición de libertad: Soberanía individual como límite de la democracia |
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Sobre los liberales y la campaña
electoral venezolana es poco lo se puede decir. Ninguno, es el único candidato liberal a la presidencia, y por ninguno
propondrán votar los liberales de verdad y que tengan una adecuada percepción de la realidad. Unos pocos, por deshonesto
oportunismo los más de entre ellos, y por una errónea percepción los menos, apoyan algún candidato socialista en contra de
otro. La realidad es que en las circunstanacias presentes carece de sentido para los liberales de verdad
llamar a votar por un candidato socialista opositor que compite desesperadamente en populismo con el no menos socialista gobernante,
argumentando que fuera “el menos malo” y disfrazar eso hablado de su popularidad, su carácter de político “regional”,
de demócrata, o cualquier otra cosa por dos poderosas razones: Sería excesivo para un simple artículo
el intentar una lista delos errores del socialismo opositor que han ocasionado estas condiciones, pero si es necesario
recordar que el enorme poder de que goza el socialismo en el poder y que le conduce a asumir seriamente el proyecto de mantenerse
en el mismo indefinidamente, es más resultado de los errores del socialismo opositor que de los aciertos del socialismo en el poder. Rosales es el más reciente de esos errores, por las mismas razones que
lo fue el candidato de la "Unidad" Francisco Arias Cárdenas. Y sin importar que se llegue a su mejor y prácticamente imposible escenario, como al peor y prácticamente inevitable, o cualquier
variante intermedia más o menos probable, así lo descubrirán sus nuevos partidarios circunstanciales, cuando sea tarde.
Se podría entender la conveniencia
táctica del famoso “mal menor”, aunque no fuera más que por la alternancia en el poder –de hecho sería,
acaso la única– si las condiciones objetivas no lo anularan. Pero lo anulan. Por
lo que es difícil de entender es la confusión de lo fundamental con lo accesorio en de las filas liberales cuando
enfrentamos una escalada de socialismo radical que completará, hasta la depauperación, el empobrecimiento material y moral
que tan adelantado le dejaron aquellos socialistas “moderados” que lo precedieron. Las batallas perdidas
que se libran son las propias cuando son inevitables, no las ajenas. Y la batalla entre socialistas siempre nos es
ajena a los liberales. En lugar de plegarse por temor al futuro a un falso mal menor, el liberalismo en Venezuela
tiene que construir su propio camino hoy. O no tendrá futuro. La democracia no es más que un método
razonablemente incruento de tomar decisiones y los liberales lo hemos encontrado siempre conveniente en aquellas situaciones
en que otro, teóricamente mejor, es prácticamente inaplicable. Pero así como todas las personas deben tener
el derecho de votar e intentar ser electos, sin más limites que la minoridad y la residencia, no
todas las cosas se pueden someter de forma legitima a la voluntad de la mayoría, con lo que no todos los
conflictos tiene una solución legitima por la vía democrática. El conflicto entre cinco violadores y una victima no
se puede solucionar por medio del voto, porque los derechos inviolables de la victima minoritaria están por encima
de la voluntad mayoritaria de los violadores. El crimen de la mayoría contra la minoría sigue siendo un crimen.
Por lo mismo no se puede admitir como legitima ninguna decisión mayoritaria que viole los derechos individuales a
la vida, libertad y propiedad de quienes no han violado la Ley común. La
realidad puede obligarnos a someternos a la tiranía, porque la tiranía es una cuestión de grados, y algún grado
de tiranía será tolerable para muchos, aunque la vean como lo que es, sólo en la medida que los peligros inherentes al
esfuerzo de su supresión les parezcan mayores amenazas que los que de ese grado tiranía en particular.
También será defendible y conveniente para los serviles que se empeñen en no verla como lo que es, con independencia que la
venda de sus los ojos sea en los menos el privilegio o en los más la ignorancia. Y
será intolerable para otros que estimen los riesgos inherentes a su supresión son menores que las amenazas de la tiranía sobre
ellos. Cualquier tiranía se sostiene fácilmente cuando los primeros son muchos más que los últimos. Y es por ello que todo proyecto totalitario rquiere un control absoluto de la educación y la cultura.
El liberalismo puede aceptar el hecho de la tiranía de la mayoría como parte de la
realidad en una democracia ilimitada en que la voluntad de la mayoría no se detiene ante los derechos individuales.
Puede y debe luchar por suprimir completamente tal tiranía por medios incruentos en la medida que ello sea
posible, y debe, ante todo, cambiar la opinión general que permite la aceptación tácita sobre la que se sostiene. Pero lo
que no puede hacer frente a la tiranía –si pretende realmente suprimirla– es “legitimarla” conceptualmente
en el proceso de combatirla. Cualquier forma de socialismo
democrático es una forma de tiranía, pues es la violación de derechos naturales inalienables aún cuando se establezca
por voluntad de la mayoría. El que a las victimas se les permitiera emigrar no la legitima en forma alguna.
La función política del liberalismo es actuar en y sobre la realidad para transformarla en la medida de lo posible. Pero eso
no pasa por empeñarse en no ver circunstancias perfectamente reales. Y menos por proponer el someter el conflicto entre cinco
violadores y una victima a referéndum, con la excusa de que la victima disconforme pudiera emigrar
después. La política es una ciencia compleja que requiere de mensajes simples, claros, coherentes y atractivos;
no de propuestas que a fuerza de intentar ser simples contradigan los principios sobre los que pretenden fundarse. La
realidad de la política es la realidad del poder, quienes entienden eso pueden avanzar en ella, los liberales que
no entienden el significado de eso, aunque lo repitan palabra por palabra convencidos de lo contrario, no pueden; pero pueden
retrasar y dificultar, como de hecho hacen, el avance político del liberalismo. El socialismo se construyó quitándolo
al individuo la soberanía sobre sí mismo y consecuentemente transfiriendo el control de la riqueza de la sociedad al Estado.
El liberalismo no se impondrá sin tomar el camino contrario, y así como el camino contrario pasa por recuperar
la soberanía del individuo sobre si mismo, primero en la opinión, para luego establecerla en las instituciones, tal
transformación requiere para sostenerse la transferencia gratuita y universal de la propiedad
y con ella del completo control real de todos los activos mercantiles del Estado a los ciudadanos.
Y eso es sólo el principio.
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